Por Mariano Saravia
Magister en Relaciones Internacionales
Pasó el temido viernes 10 de enero y Nicolás Maduro reasumió como presidente de Venezuela para su tercer mandato. No hubo caos, ni violencia, ni nada de lo que preanunciaban los medios hegemónicos de Córdoba, Argentina y Occidente en general. Menos que menos se cumplió la promesa de la oposición de derecha de que iba a entrar al país para asumir Edmundo González Urrutia, autoproclamado presidente electo.
Insistir con el camino del golpe
Pero más allá de que todo haya transcurrido con tranquilidad, la oposición volvió a intentar lo que viene intentando desde hace 25 años, principalmente desde hace 23 años, cuando en abril de 2002 se produje el golpe fallido que por dos días puso en el poder a Pedro Carmona. Desde ese momento sobrevino una sucesión de acciones desestabilizadoras, con lock out petroleros, con invasiones de mercenarios, con intentos de magnicidios, con más violencia, con menos violencia. Fueron cambiando los nombres, pero no los métodos, primero fue contra Hugo Chávez, luego contra Nicolás Maduro. Primero fue Pedro Carmona, luego el autoproclamado presidente interino Juan Guaidó, ahora González Urrutia.
En estos 25 años de chavismo en el poder, ha habido en Venezuela otras tantas elecciones, y en dos oportunidades perdió el oficialismo: en 2007 un plebiscito para reformar la constitución y en 2015 la elección parlamentaria. En ambos casos la derrota fue reconocida por el chavismo. Eso muestra efectivamente una fuerza importante de la oposición, tan importante que puede ganar una elección. Y sobre todo que, cuando elije el camino de la democracia, puede obtener más rédito que por el camino del golpe.
Es una dictadura
En cambio, la oposición de extrema derecha sigue denunciando la existencia de una dictadura en Venezuela. Rara dictadura la que permite que cualquiera grite “dictadura” por televisión. Rara dictadura la que permite que los diarios de derecha hagan las acusaciones más terribles. Rara dictadura en la que el jueves vimos dos marchas multitudinarias, una a favor y otra en contra, sin que hubiera grandes hechos de violencia. Rara dictadura esta que puso en las calles menos policías que en cualquier manifestación de la Argentina actual. Ningún hecho de represión filmado ni fotografiado, cuando en cualquier marcha de jubilados de aquí hay represión constante.
El punto cúlmine de esta puesta en escena se dio el jueves, día previo de la investidura presidencial, cuando la verdadera líder de la oposición de derecha, María Corina Machado, habló ante una multitud sin problemas. Luego se subió en la parte de atrás de una moto y se fue de la concentración. Al rato, todos los portales de la derecha mediática titulaban: “Secuestran a María Corina Machado”, título que luego viró a “Detienen a María Corina Machado”, y que luego ella misma desmintió en un video. Una bufonada que se cayó por su propio peso.
Aislamiento
Por supuesto, el plan permanente de desestabilización a Venezuela no podría darse sin el guiño de Estados Unidos, y sus aliados de la Unión Europea. Y se explica por lo apetecible de los recursos naturales del país, principalmente el petróleo y el gas. Recursos que siempre habían estado a disposición de la oligarquía vernácula y de los intereses de esas potencias occidentales, pero que la Revolución Bolivariana empezó a usar para otros fines como educación, salud y un incipiente desarrollo autónomo. Eso explica el apoyo de Washington y Bruselas al nuevo capítulo del golpismo venezolano. También es entendible el apoyo de gobiernos de derecha de la región, como los de Panamá, República Dominicana, Perú, Uruguay y, sobre todo, el de Argentina. Sobre todo, en este último caso, pegarle a Venezuela es un tema de política interna para Milei, que necesita algo así para descargar su parafernalia de insultos y odio. Un párrafo especial para Gabriel Boric, presidente de Chile, quien en este caso ha perdido la brújula al punto tal de repetir al pie de la letra los dictados del poder imperialista. En cambio, Brasil, Colombia y México, tienen una postura más moderada, aunque también le han quitado a Maduro el apoyo de otrora. Se entiende por las presiones y por los equilibrios que esos países intentan mantener.
Sin embargo, es falso afirmar que Venezuela está aislada. A la asunción de Maduro acudieron delegaciones de 126 países, la mayoría del llamado Sur Global: Asia, África y América Latina. Pero lo más importante es el reconocimiento y apoyo de potencias como China, Rusia y la India, en forma individual y también a través del bloque de los BRICS. Por lo tanto, Venezuela está lejos de estar aislada. Infinitamente más aislada del mundo está hoy la Argentina, y objetivamente se puede ver en cómo vota nuestro país en la ONU, siempre a contramano de la inmensa mayoría de la comunidad internacional.
Igualmente, Maduro tiene grandes desafíos para este tercer mandato. Nada de lo dicho significa que no haya problemas o errores que corregir. Lo bueno es que la situación económica parece mucho más estable que hace un par de años cuando la inflación estaba incontrolada y el desabastecimiento era un problema cotidiano. Hoy esa situación ha mejorado, pero el gobierno deberá intentar estabilizar la cuestión política, porque no se puede vivir eternamente en conflicto. Es cierto que la responsabilidad mayor es de la oposición por todo lo explicado, pero también se le debe pedir al gobierno la habilidad y la inteligencia para atraer a esa oposición a la arena de la disputa política. Del mismo modo, intentar restaurar algunas relaciones internacionales y, sobre todo, profundizar el desarrollo para no depender tanto de las exportaciones de un par de productos ni de importaciones de cosas tan básicas como los alimentos.
Desafíos importantes que, si es con paz social, serán más factibles de encarar.