Diala Ayesh recuerda el sonido de unas voces cantando al unísono desde la celda contigua. Fue el día más triste de su cautiverio. Esta palestina, abogada de profesión, pasó un año encerrada en una cárcel israelí. Después de que determinaran la extensión de su detención administrativa, Ayesh intentaba dormir, abatida. De repente, antes de que pudiera echarse a llorar, llegaron regalos de sus compañeras. «Desde cuatro celdas más allá, me mandaron cuentas, alguién consiguió bolígrafo y papel para enviarme una carta e, incluso, las de la celda de al lado se pusieron a cantar para animarme, lo que demuestra el hermoso espíritu de solidaridad que hay entre las presas palestinas«, rememora, casi dos meses después de su liberación.
Actualmente, hay al menos 3.405 palestinos retenidos en las prisiones israelíes bajo el régimen de detención administrativa. Esta fórmula permite a Israel detenerlos de forma indefinida sin cargos ni juicio. Son cifras de la oenegé palestina Addameer, que vela por los derechos de los presos. «El 99% de los casos que mandamos a los propios organismos de investigación israelíes son archivados bajo el argumento de que no hay suficientes pruebas», reconoce Tala Naser, representante de Addameer, en una rueda de prensa conjunta con varios ex presos, como Ayesh. Actualmente, hay alrededor de 9.500 reclusos palestinos en las cárceles israelíes. Entre ellos, hay 21 mujeres.
Tortura, abuso y hambre
Durante la primera fase del alto el fuego en Gaza, que expiró el pasado 1 de marzo, 1.777 prisioneros fueron liberados como parte del acuerdo. Muchos de ellos mostraban signos de tortura, abuso y hambre forzada. Además, a lo largo de estos 42 días que ha durado la primera etapa, las autoridades israelíes han seguido deteniendo a palestinos. Entre los 9.500 presos actuales, no se cuentan todos aquellos detenidos en la Franja de Gaza desde octubre del 2023. «Hay una ley israelí que establece que cualquier persona de Gaza, incluyendo, por lo tanto, a todos los civiles, pueden ser arrestados y considerados combatientes ilegales sin justificación ni acusaciones, sólo basándose en confidencias», denuncia Naser.
«En una de sus enmiendas, se estableció la prohibición de reunirse con sus abogados durante los seis primeros meses de su encarcelamiento», explica la representante de Addameer. «Así, todos los rastros de tortura desaparecerán durante este tiempo y los presos no podrán denunciarlo», añade. El abanico de organizaciones que defienden los derechos de estas personas encarceladas y ellas mismas denuncian que, desde el 7 de octubre de 2023, tras el ataque de Hamás contra Israel, sus condiciones han empeorado muchísimo. «Se tomó una decisión de matar a los presos palestinos, ya sea de forma directa o indirecta», denuncia Shadi Albarghouti, entre rejas desde 2003 y recientemente liberado como parte de la tregua.
Tres generaciones entre rejas
Albarghouti recuerda cómo su sufrimiento empezó hace décadas cuando su abuelo fue detenido. Luego, también su padre, que, de tal palo tal astilla, fue liberado en el 2011 como parte del intercambio de 1.027 presos palestinos por el soldado israelí Gilad Shalit. «Docenas de mártires han perdido la vida en prisión desde el 7 de octubre, ya sea por inanición al reducir la cantidad de comida que podíamos comprar en la cantina, o pasando por alto negligencias médicas«, rememora. «En otras ocasiones, lo hacían de forma más directa, dejando que unidades militares entraran en nuestras celdas y nos golpearan en las partes más sensibles de nuestro cuerpo», añade.
Pero en la cárcel no sólo había sufrimiento. «Creábamos algo de la nada para darnos apoyo las unas a las otras», recuerda Ayesh, que salió de la cárcel apenas unos días antes de la entrada en vigor del acuerdo de alto el fuego. «No teníamos ni papel, ni bolígrafos, ni rosarios [para rezar], sólo disponíamos de un poco de comida, nuestros pijamas y un vaso», explica, «pero aún así innovábamos algo nuevo cada día». Ayesh rememora como reutilizaban los huesos de las aceitunas que les daban una vez a la semana para construir el collar de cuentas que se suele usar para rezar en el islam. «Guardábamos media cucharada de mermelada y la acumulábamos durante días para poder dársela a otra compañera cuando era su cumpleaños o estaba triste; sólo para animarla después de tantos días sin sentirse querida«, añade.
Deportación de presos
Tanto Ayesh como Albarghouti mantienen en sus pensamientos a los compañeros que siguen entre rejas. Por eso, levantan la voz. Hablan y denuncian lo vivido, señalan lo sufrido, pese al riesgo de volver a ser detenidos. Arrestada bajo el régimen de detención administrativa, Ayesh no sabe de qué se le acusa. A Albarghouti se le sentenció a 27 años de cárcel por posesión de armas, pertenencia a una organización ilegal y complicidad en asesinato, según el Ministerio de Justicia de Israel. Sus historias se repiten a lo largo y ancho de todo el pueblo palestino. Albarghouti conoció a su padre, Fakhi, cuando este estaba en la cárcel cumpliendo cadena perpetua por supuestamente haber asesinado a un soldado israelí.
Como parte del acuerdo, decenas de palestinos con condenas parecidas han sido deportados por las autoridades israelíes tras su liberación. «La deportación de algunos presos es parte de una política ilegal de castigo colectivo no sólo para fragmentar a la sociedad palestina de forma física y quebrar su liderazgo al mantener entre rejas a sus líderes, sino que también niega de forma sistemática a sus familiares la posibilidad de salir de Palestina y viajar para verlos», denuncia Aseel Albajeh, del Instituto Palestino para la Diplomacia Pública, señalando el caso de Nael Barghouti. El preso palestino con el récord de encarcelamiento de la historia palestina fue deportado a Egipto tras pasar cuatro décadas en prisión, y no tuvo oportunidad de ver a su esposa al ser liberado.