- 7 minutos de lectura‘
El día que Juan Moro nació, en la sala de espera del hospital había dos tipos muy amigos de su padre Oscar que aguardaban para conocerlo: Charly García y José Luis Fernández. Entraron a la habitación, de a uno a la vez, conocieron al muchachito y felicitaron al padre, aquel que a lo largo de su carrera fue baterista de grupos tan importantes del rock argentino como Los Gatos, La Máquina de Hacer Pájaros y Serú Giran. Era 1978. Charly, Oscar Moro y Fernández, junto a Carlos Cutaia y Gustavo Bazterrica daban los últimos conciertos de aquella “maquina aviaria” que fue una especie de puente en la carrera del señor García (entre el último disco de Sui Generis, con su toque progresivo, y el nacimiento de Serú Girán, que produjo canciones de extrema belleza y menor complejidad que La Máquina.
Tiempo antes de su muerte (Oscar falleció en julio de 2006), Moro le dijo a Fernández, su amigo de casi toda la vida, que Juanito estaba tocando muy bien la batería: “Vas a terminar tocando con él”, presagió. Y la afirmación terminó siendo realmente premonitoria. Fernández recuerda la anécdota y Juanito, sentado a su lado, abre grande los ojos y sonríe, aunque seguramente es una historia que escuchó muchas veces.
Previo a la pandemia, Juan y José Luis se cruzaron en un festival y comenzaron a tocar juntos sin un proyecto definido. Pero el tiempo hizo que, como el resto de los músicos de la banda que armaron son muy fans de La Máquina de Hacer Pájaros, de esas tocadas en salas de ensayo salió un espectáculo que recorre los dos discos de aquella ingeniería comandada por Charly García, entre 1976 y 1978 (año de su disolución). El 28 de marzo, el grupo bautizado FMSV (por las iniciales de sus integrantes: Fernández, Moro, Spina y Vega) interpretará en Niceto Club estas dos producciones, mas algunas yapas, junto al invitado Demián Sielecki.
Casi una cuestión de familia. La reunión no fue para recrear ninguna banda; no había un plan tributo, pero con el tiempo las cosas se fueron perfilando para que el repertorio de ese proyecto irrepetible del rock progresivo de la Argentina ganara espacio y tiempo en los ensayos de un grupo que, todavía, no tenía nombre.
“Con Juan coincidimos en un festival llamado Mariposas de Madera. Tocamos por primera vez y después, cuando estaba terminando la pandemia, hablamos por teléfono y nos juntamos a tocar, solo por las ansias de tocar, después de mucho tiempo de encierro. Pero hay algo antes de todo eso. Un día Oscar estaba en mi casa, escuchando unos demos que yo había hecho y me dijo: ‘No sabés qué bien está tocando mi hijo. Vas a terminar tocando con él. Acordate’. Oscar falleció al poco tiempo y la cosa quedó ahí. Después, el destino nos juntó”.
“Lo lindo del asunto fue que nos juntamos porque teníamos ganas de tocar y nada más –recuerda Moro-. La pasamos bárbaro. Primero un sábado después otro y comenzamos a armar temas. También hacíamos un par de La Máquina…, pero después de un tiempo surgió la idea de hacer todo el repertorio”.
Fernández dice que su recuerdo es diferente: “Todo lo que dice Juan es cierto, pero yo lo viví de manera diferente. Desde que se separó La Máquina, nunca quise volver a tocar ese material”. ¿Por qué? “Porque es difícil, porque ninguno de los cinco integrantes bastardeamos el material. Lo cuidamos, nos pareció una música casi clásica. Tocarla es casi una aventura. Pero tanto Juan como Guido Spina, Yanis Matías Vega y Demian Sieleki son fans de La Maquina, convivieron con esos discos. Yo no quería, luego sucedió que nos pusimos a tocar temas hasta que me convencieron.
–Pero en la banda tocabas el bajo y ahora la guitarra, otra manera de encontrarte con las canciones.
Fernández: –Es un desafío. Yo también tuve que aprenderme algo nuevo, aunque siempre toqué la guitarra y en La Máquina toqué las acústicas.
–¿Juan, cómo es asumir el lugar de tu viejo, uno de los grandes bateristas del rock argentino?
Moro: –No lo veo como un reemplazo. Moro hay uno solo.
¿Cómo es eso de que Moro hay uno solo?
Moro: –Digo que no hay comparación porque a mi edad, mi viejo ya había grabado discos que te volaban la cabeza. Trato de hacer mi propio camino como baterista, aunque no sería lógico negar lo que tengo de él. No solo lo genético. Crecí a su lado, vengo escuchando esta música, creo, antes de nacer.
Fernández: –Sí, tu mamá venía a los conciertos cuando estaba embarazada.
-¿Con qué cosas de Oscar te quedás?
Moro. –Seguro hay cosas que no elijo de manera consciente. Lo que elijo es que mi viejo era buena gente y es lo que más rescato. No quiero dejar de ser buena persona. Soy budista y practico esto fervientemente. Quiero ser alguien que sume, porque para restar, el mundo está lleno de gente. Como músico sigo aprendiendo. Sigo escuchando discos.
Fernández: –Con Oscar fuimos amigos de toda la vida, aunque no estuviéramos tocando juntos. Era muy auténtico. Y de algún modo yo siento que estoy tocando con La Máquina porque Juan toca parecido al padre, aunque no trabaje de “hijo de”. Además, el bajista toca mejor de lo que tocaba yo.
–En ese momento eran muy jóvenes y estaban generando una corriente musical progresiva en Argentina, con el viento de cola que les daban algunas bandas británicas como Yes y Genesis. Hoy ni siquiera los jóvenes tienen, mayoritariamente, una preferencia por el rock…
Fernández: –Sí, de hecho mi hija hace trap. Hasta ahora, en lo poco que hemos tocado este material vimos gente de mi edad y muchos chicos que están descubriendo esa música. Es simplemente gente que le gusta la música en general y quiere escuchar todo eso en vivo, que es absolutamente analógico. Hay una esencia que todos los del grupo captamos. Por ejemplo, es como si también estuviera el viejo de Juan.
–¿Cómo conociste a Charly y cómo te llevabas con él a partir del 76, cuando armaron el grupo?
Fernández. –Creo que los músicos somos como una raza. He vivido en otros países y he visto que un músico en Alemania puede tener los mismos códigos. Hay algo que te une. En los setenta, con Charly estábamos todo el día juntos. Él cantaba súper bien y tocaba el piano como nadie. Lo bueno de tener a Charly en una banda es que apenas nos llamó ya salíamos a tocar. Teníamos shows, porque era famoso. Yo ni siquiera había terminado el secundario. La primera vez que lo vi fue en un salón de exalumnos del colegio Mariano Moreno. Se había hecho un concurso y yo fui, porque tocaba la guitarra y cantaba; ahí estaba Sui Generis. Ellos eran del Damaso Centeno. Creo que gané el concurso porque era muy chiquito. Después, nos volvimos a ver gracias al Gordo Pierre [manager y productor, eternizado en una canción de Los Redondos] que hacía trasnoche en Mar del Plata. Tocaban Sui Generis, La Cofradía de la Flor Solar, Pedro y Pablo. Y yo, que solo tenía 12 años, tocaba con un trío. Tocamos allá todos los días, durante el verano. Después me llamó Charly para hacer La Máquina. Y cuando el grupo se terminó yo iba a tocar en Serú Girán, pero mis viejos compañeros del grupo Crucis, que también se había separado, me convencieron para ir a Estados Unidos con ellos. Y eso fue lo que hice.
–Volvamos al presente. ¿Qué se va a escuchar en el show de Niceto?
Fernández: –El repertorio de los dos discos, aunque no con el mismo orden de los álbumes, y algunas cosas más que tocábamos en aquella época, como un rocanrol que no tenía nada que ver con la música que hacíamos. Después veremos si podemos ir a tocar al interior y a Chile. No queremos ser profetas de nada, ni reivindicar algo desde lo competitivo, como si dijéramos que aquello era bueno y la música de ahora no. Simplemente hacemos algo que nos gusta y, de casualidad, marcó una época, como sucedió con otras bandas. Siento que lo hacemos sinceramente. Y podemos hacer sonar esa música por una cuestión emotiva que tenemos todos los integrantes.
Moro: –Y no queremos ser La Máquina. Tampoco somos una banda tributo.
Conforme a los criterios de