Esta semana, en la web de los fiscales federales, se publicó una reseña de la que extraigo unos datos. Desde 2006 fueron condenadas 1.197 personas en 340 sentencias dictadas en todo el país por crímenes de lesa humanidad. Al día de hoy, 49 años después del golpe de Estado, hay 14 juicios en curso y 63 causas se encuentran con elevación a juicio a la espera de futuros debates.
Nunca quise asistir a los juicios de lesa humanidad; no los seguía más que de modo distante, por las noticias. Ni siquiera he tenido participación en el juicio por la desaparición de mi hermano.
Tal vez le he querido escapar a la reiteración del horror y el miedo que conocí. He sido, sí, un persistente defensor de la democracia y de la república, debatiendo y marchando, cada vez que pude, a lo largo de casi toda mi vida.
Ahora, después de tantos años y vaya a saber por qué (es curioso cómo funciona nuestra cabeza), seguí con atención una causa que se tendrá sentencia el 31 de marzo.
No me quiero meter en los vericuetos jurídicos, solo diré que el acusado, Carlos Otero Álvarez, fue absuelto en juicio en 2017 como parte del “juicio a los magistrados”. Esa decisión fue anulada en 2020 por la Cámara Federal de Casación Penal, que ordenó su reenvío para un nuevo veredicto que está próximo a producirse.
Hace pocos días, en su alegato final en esa causa el fiscal Carlos Gonella comenzó diciendo: “Hemos fracasado”; y aclaró que hablaba en plural porque lo habían discutido con el equipo.
Me hago cargo de ser parte de su equipo: en los juicios, en cualquier juicio, los fiscales son los representantes del pueblo de la Nación. Nos representan a todos para que se haga justicia.
Gonella usó la expresión “fracaso” y explicó que la fiscalía había hecho grandes esfuerzos para encontrar en esta causa “un mínimo acercamiento, un gesto simbólico, algún pedido de perdón, alguna explicación, para personas que piden explicaciones desde hace 40 años. El gesto pudiera leerse como un acto que repare tanto daño”. Un poco, aunque más no sea, agrego yo.
El fiscal esperaba que este acusado hubiese tenido un gesto, alguno, cualquiera; que la pila de años transcurridos hubiese acercado algo de eso que llaman sabiduría, aunque yo creo que es simple mesura y distancia para pensar más calmamente el pasado. Un gesto que no tuvo hasta aquí ninguna de las 1197 personas condenadas.
Y como no hubo gesto alguno – muy por el contrario, se produjo una reiteración de agresiones y falacias contra víctimas del terrorismo de estado- el fiscal sentenció: “fracaso”.
Me gustaría contradecir al fiscal y decirle que fracaso es otra cosa.
Fracaso sería que no lo hubieran intentado, de nuevo, después de 340 sentencias y casi 1200 personas condenadas, sin volver a buscar ese gesto. Que él o su equipo o los querellantes se hubieran rendido, que hubiesen aceptado que están cansados. Porque seguro lo están.
Fracaso hubiese sido que no batallasen en la causa como si fuera la primera. Que no hubiesen desarrollado una verdadera “arqueología” probatoria para pedir justicia rastreando cada posible prueba como si fuera la evidencia crucial del juicio. Demoledora la evidencia reunida.
Fracaso sería que hubiese renunciado a sostener el principio de inocencia hasta que se demuestre lo contrario, el derecho a defensa en juicio; fracaso sería renunciar a la arquitectura de un sistema que defiende a los ciudadanos, que nos defiende, de las acusaciones injustas. Y ofrece el beneficio de la duda sin excepciones, sin considerar la naturaleza del delito.
No Señor Fiscal, fracaso es otra cosa.
También para nosotros, los comunes mortales, fracaso sería desistir en la defensa de esos fiscales y de esos juicios. Fracaso sería abdicar de la democracia que, hay que aceptarlo y decirlo, tuvo pocos “gestos” para con el Pueblo en estos 42 años.
Fracaso sería dejar de asumir que marchamos cada 24 de marzo no para defender lo que pensamos, sino para defender que se piense diferente.
Por eso, el lunes próximo, como todos los 24, me pondré la remera con la foto de mi hermano desaparecido y saldré a la calle no por él, sino con él.
Y con los miles y miles que marchan, aunque no piensen todos lo mismo. Y con los millones que no marchan, pero no abdican ni de la justicia, ni de la solidaridad, ni de la democracia.
Fracaso sería que no usase este espacio para invitar a todos y a todas a marchar, con alegría, con respeto, pacíficamente, conscientes de nuestras diferencias, pero mucho más conscientes de nuestros empeños comunes.