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El cine es y será una manera de hablar con el mundo

Un año muy especial” dice Thierry Frémaux, director del Instituto Lumière y, desde hace décadas,del prestigioso Festival de Cannes, el evento más famoso del mundo en su estilo. Hasta el 24 de noviembre, regresa la Semana de Cine del Festival de Cannes 2024, con proyecciones de films que pasaron por el famoso encuentro que marca la brújula de lo que viene en cine. Este año vale mucho más: Frémaux llega sin el contexto de siempre, sin Ventana Sur, el evento de industria que se muda a Uruguay, y que las políticas actuales del Gobierno decidieron por acción u omisión no llevar a cabo este 2024. Y llega con películas como All We Imagine as Light, de Payal Kapadia y ganadora del Gran Premio del Jurado en Cannes, Parthenope, de Paolo Sorrentino (ambas funciones hoy) y, mañana domingo, Anora, de Sean Baker y ganadora a la Palma de Oro a la Mejor Película, y The Seed of the Sacred Fig, dirigida por Mohammad Rasoulof y ganadora del Premio Especial del Jurado. Frémaux, como todos los años, decidió volver al país y hablar de cine, de las bases, de los momentos de la política en el mundo.  

—¿El cine está disociado de lo que sucede en el mundo, al punto de aislarse tan solo para sobrevivir?

—El cine recién, especialmente en Francia y Europa, salió de una situación complicada, de su vida post-COVID. La idea del cine fue muy atacada por un mundo nuevo, que es el mundo de las plataformas, de internet, de todo eso. Fue un momento que ofreció la oportunidad de reflexionar sobre el uso del cine, sobre su existencia. En 2020 se cumplieron 125 años del nacimiento del cine. El año que viene celebraremos los 130. Todo este tiempo de reflexión dio como resultado un cine fuerte. Fuerte por su propia vida en las salas de cine, esa segunda invención de Lumière. El cine como lenguaje es, más que nunca, lo que debe ser. El mundo de las plataformas e internet es potente, con mucho talento, muchas ideas, invenciones y todo eso. Pero cuanto más avanza el tiempo, más se afianza el cine como cine, como evento popular, como experiencia única que solo se vive en una sala. ¿Qué puede cambiar el pádel al tenis? Es decir, ¿qué pueden cambiar las plataformas al cine? Hablo desde Francia, pero siento que en los últimos cinco años se ha consolidado esta idea. El cine es cine. Por su libertad, incluso con lo complicado que es producirlo. El cine es libre. Alguien se levanta con una idea, un plano, lo que sea, y eso hace a una película de autor.

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—Entonces, ¿hay una separación?

—El cine fue y todavía es una manera de hablar del mundo, incluso por omisión. Esa es su fuerza. Esa separación es imposible por naturaleza. Para mí, la discusión, aunque no es mi discusión, está en internet. Hoy leí que Trump fue a ver a cierto influencer que tiene 50 millones de seguidores, y eso lo ayudó muchísimo.

—Entonces, ¿cambia la idea de lo popular?

—No, no tanto. El cine es un arte y es un arte popular. Y a veces, ser popular es un arte, como en el caso de Charles Chaplin. Una popularidad imposible de repetir hoy. El cine también es una voz. Y la voz del cine, ahora que estamos seguros de que no va a desaparecer, habla. Se hace preguntas. Debe cuestionar su situación, como cualquier arte.

—¿Cuál sentís que es entonces la misión de Cannes en este momento del mundo?

—Primero, estar en Argentina hoy. De verdad. Cuando el cine tiene cierta fragilidad, ahí vamos a estar. No puedo hablar de lo que no sé. Pero lo que hemos hecho con esta Semana de Cine de Cannes es muy importante. Lo es para mí, ojalá también lo sea para el público. Acompañar es importante. Yo no quería parar, aunque Ventana Sur, su paraguas, se vaya a Uruguay este año. Sé que esto no representa nada frente a la situación del país, ni del mundo, pero tenemos que hacer. Entender el valor de una película, de una sala llena. No quiero hablar de la situación política de aquí. Pienso, y puedo decir, que la cultura es importante, más que nunca.

—¿Por qué más que nunca?

—Antes, era la familia, la religión, la escuela y el cine. El arte popular por excelencia. Ahora la lista es enorme. Para nosotros, el cine todavía tiene la misma misión: placer y deber. Ser popular, ser artístico, ser entretenimiento. Nunca en la historia el cine mostró una muerte real, solo en ficción. En internet, podés ver muertes en dos segundos. Esa es la señal de que algo no está bien en este mundo. No quiero decir “el capitalismo”, pero puedo afirmar que el cine tiene su propia protección. Stalin, Goebbels y Mussolini entendían su importancia, el vínculo con el pueblo. Esa es su fuerza.

—Pero hoy la política usa las redes sociales, no el cine.

—En Francia tenemos un sistema de cine que funciona: tomamos un porcentaje de cada entrada y eso va a la producción de películas. Funciona: el dinero es del cine, no hay fondos públicos. La plata del cine es para el cine. Hay una elegancia en ese sistema, pero necesitamos tener éxitos. Por ejemplo, en Cannes presentamos una película de El Conde de Montecristo, que llevó más de 10 millones de personas al cine. Además, se vendieron más de 100.000 ejemplares del libro. Todo gracias al éxito de una película clásica, que fue criticada por estar en Cannes. Pero es una película de Cannes porque necesitamos, y yo también soy ese tipo de espectador, disfrutar de una película. Gracias a este éxito, ahora hay proyectos de adaptación de obras literarias muy bien vistas por los productores.

—Vivís rodeado de cine. ¿Qué te conmueve de una sala llena, sabiendo que las salas de Cannes siempre están repletas?

—Lo propio de una obra de arte es que, antes y después de verla, no deberías ser la misma persona. O deberías entender algo nuevo sobre vos mismo. Es fácil con una canción, sea de Bruce Springsteen, Keith Jarrett o una melodía de Mozart. Funciona igual con un libro o una pintura, como un abstracto de Mark Rothko. Pero el cine, incluso antes de ver una película de Kurosawa, John Ford o Stanley Kubrick, te ofrece la posibilidad de una experiencia contundente, popular, comunal y ritual. El cine tiene algo particular: sucede en una sala, con gente, pero en soledad, con desconocidos que generan una comunidad. Me emociona todavía la idea de la pantalla grande. Me emociona estar en una sala antigua, sea en Lyon o en el cine Gaumont. En Lyon logramos salvar salas que estaban destinadas a cerrar. Lo hicimos con fondos privados, pero quiero hablar más de la respuesta del público que de la inversión. El público del cine está. Eso es algo en lo que confío plenamente. Hay que hacer. Poco a poco, vamos a separar el cine de esa categoría llamada “mundo audiovisual”. Hay un deseo de ver. Muchas funciones de lo que hacemos ya están agotadas. Ese deseo no puede morir.

—¿Pero puede volverse algo más de nicho, aunque ese nicho sea popular o hermético para quienes no lo consumen?

—Me gustaría no tener el año que viene una charla con vos sobre la desaparición del cine argentino. Es otro tema, pero que se relaciona. Una cosa es la creación, pero otra es el riesgo de los medios de producción, las fuentes de trabajo, las ventanas culturales. El cine es una bandera cultural nacional. Eso me parece peligroso, al menos ignorarlo. Si es momentáneo, es lo que hay. Pero así como el fútbol, la música y la comida forman parte de una identidad nacional, el cine también. Argentina es de los pocos países que pueden ofrecer un cine que muestra su rostro al mundo. No hay que renegar del cine. No se puede hablar, ni hoy ni en el futuro, de la desaparición del cine argentino. El cine argentino importa.

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