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Una política exterior para los argentinos

A la política exterior se la solía llamar “alta política”, por estar por encima de las coyunturas y, principalmente, de los gustos y preferencias de los gobernantes de turno. Eso que le decimos y eso que le mostramos al mundo, no puede quedar al arbitrio de emociones o sesgos de cualquier líder que esté necesariamente de paso, sino servir a los intereses de mediano y largo plazo de nuestro país.

El alineamiento automático con países o bloques específicos es una estrategia que ya no funciona. De hecho, en la práctica, no ha funcionado nunca.

Aunque el Presidente ha expresado su preferencia por Estados Unidos e Israel y ha tomado distancia de los BRICS, Argentina no puede ignorar que China es nuestro segundo mayor socio comercial y que Brasil es fundamental para el comercio y la integración regional. Mantener estas relaciones no es una cuestión de ideología, sino de sentido práctico.

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El G20 es el escenario ideal para actuar con flexibilidad y pragmatismo. Este foro, donde Argentina tiene un asiento propio, reúne a economías desarrolladas y emergentes y crea oportunidades para trabajar en soluciones comunes en temas como comercio, energía y desarrollo sostenible. Participar activamente en el G20 es una forma de conectar con todos los actores relevantes sin depender exclusivamente de uno.

La reciente tendencia de votar en soledad en foros internacionales, especialmente en temas de derechos de las mujeres o cambio climático, no ayuda. El mundo avanza hacia una transición energética y una mayor igualdad, y alejarse de esos debates deja a Argentina aislada. Por eso, no se trata de aceptar todo sin cuestionar, sino de encontrar puntos de acuerdo que beneficien al país sin cerrar puertas.

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La diplomacia internacional debe incluir temas emergentes como la ciberdiplomacia, esencial en un mundo cada vez más digitalizado en el que las relaciones exteriores han dejado de ser únicamente comerciales o políticas para abarcar acuerdos sobre ciberseguridad, gobernanza de internet y tecnología. Estos asuntos afectan tanto la economía como la seguridad nacional y Argentina necesita colaborar con otros países a nivel regional y global para enfrentar desafíos como los ciberataques y la regulación de datos. Con una estrategia pragmática y moderna podremos asumir un liderazgo regional y convertirnos en un actor relevante en el escenario global, siguiendo el ejemplo de Estonia, una nación pequeña que ha sabido posicionarse estratégicamente en el ámbito digital.

Una política digital bien diseñada también puede ser una herramienta para diversificar nuestras relaciones internacionales. Vincularse con economías avanzadas en tecnología no significa abandonar a los socios tradicionales; al contrario, fortalece la posición de Argentina como un país adaptado a los desafíos del siglo XXI.

El camino no es elegir bandos, sino construir relaciones útiles. Dialogar con Estados Unidos no implica romper con China; colaborar con Israel no significa distanciarse de los BRICS. La prioridad debe ser siempre Argentina, y los argentinos, aprovechando cada foro, cada reunión y cada oportunidad para avanzar en nuestros propios intereses. Con todos, pero con uno mismo. Esa es la mejor forma de crecer sin perder de vista lo que realmente importa.

*Diputado de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires

Gi

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