Si algo nos enseña la historia es que la arrogancia nunca ha sido un camino sostenible en la política. Winston Churchill, un líder emblemático del siglo XX, resumió esta verdad con aguda humildad: «A lo largo de mi vida, a menudo he tenido que comerme mis palabras, y debo confesar que siempre me ha parecido una dieta sana». La política exige flexibilidad, diálogo y la capacidad de corregir el rumbo, cualidades que se vuelven esenciales, especialmente en tiempos de crisis.
Javier Milei enfrenta un dilema que no es nuevo. Su estilo de liderazgo, confrontativo y polarizador, lo ha llevado a acaparar la atención mediática y política desde su ascenso a la presidencia. Sin embargo, esta narrativa, construida en torno a la ruptura del statu quo y una guerra abierta contra lo que él denomina “la casta política”, ha generado tensiones que limitan tanto su efectividad como su legitimidad.
La arrogancia, o hybris, como la llamaban los antiguos griegos, no es simplemente un defecto personal. En su concepción clásica, representaba una transgresión de los límites naturales y una provocación que inevitablemente llevaba al desequilibrio y al castigo. Figuras como Ícaro, Edipo o Agamenón se convirtieron en arquetipos de cómo la soberbia desmedida traía consigo la caída. En la política contemporánea, este concepto resuena con fuerza al observar el devenir del gobierno de Milei.
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Entre «ruptura» ideológica y pragmatismo económico: cómo cambió la política exterior bajo la gestión de Milei
Desde su llegada al poder, Milei ha conquistado a un electorado cansado y desesperado por un cambio estructural radical. Pero ese enfoque disruptivo ha sido acompañado por la imposición de una visión unilateral que no da cabida al consenso, ni al diálogo constructivo. El desprecio hacia los críticos, a menudo etiquetados como “burros” o “inmorales”, ha generado una polarización que, lejos de fortalecer su posición, comienza a erosionarla.
Por otro lado, su equipo de gobierno no está exento de esta dinámica. Las declaraciones incendiarias de algunos de sus colaboradores y su incapacidad para manejar las críticas han tensado aún más el clima político. Esto pone en evidencia una verdad fundamental: la política no es un acto solitario. Gobernar requiere construir puentes, forjar alianzas y, sobre todo, reconocer que no se puede avanzar ignorando o despreciando las voces disidentes.
Milei ha logrado avances significativos en algunos frentes, como la reducción del gasto público y la implementación de políticas de liberalización económica. La seguridad y la contención de las manifestaciones sociales con la eliminación de intermediarios. No obstante, estas reformas han estado acompañadas de una retórica que divide a la sociedad y debilita su capacidad de maniobra política. La realidad económica comienza a pesar sobre las clases medias y bajas, que esperaban mejoras tangibles pero enfrentan una transición marcada por altos niveles de incertidumbre y escasos resultados inmediatos.
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Seria deseable que Javier Milei comience a reconstruir la grieta en una sociedad castigada y descreída para ello debería abandonar la retórica de «ellos contra nosotros» y abrir canales de diálogo con sectores que han sido marginados por su discurso, aumentar la confianza en las instituciones democráticas y en el sistema político.
Los sectores medios y bajos acentúan la incertidumbre esperando resultados inmediatos, deberá adoptar medidas de transición que protejan a los más vulnerables y brinden oportunidades de inclusión en su modelo de desarrollo.
Argentina es un país diverso en términos culturales, ideológicos y económicos. Milei tendrá que demostrar que su gobierno no está diseñado solo para los que comparten sus ideas libertarias.
La política exterior puede jugar un rol crucial en la unificación interna del país, logrando posicionar a Argentina como un actor respetado en la escena global, con políticas que generen inversiones y estabilidad económica, esto podría ayudar a disminuir las tensiones internas y generar un clima de mayor confianza.
El liderazgo de Milei ha estado marcado por su intransigencia y su fuerte defensa de sus ideas. Sin embargo, gobernar requiere concesiones. Su mayor reto será encontrar el equilibrio entre ser flexible y mantener la confianza de sus seguidores, que lo apoyan precisamente por su postura firme y confrontativa.
Milei enfrenta este mismo desafío: o rectifica el rumbo, adoptando un liderazgo más conciliador y estratégico, o corre el riesgo de sucumbir al aislamiento y al desgaste político. Como decía Aristóteles, la arrogancia no es simplemente un exceso, sino una negación de la virtud del justo medio.